En un viejo libro de poesía
encontré los versos
que yo siempre quise escribir.
Decía en aquellas páginas arrugadas
que la vida no cumple su cometido
si en cada latido del alma
el amor no es quien infla los pulmones
y convierte a la sangre
en un torrente de afectos multiplicados.
Cada mirada ha de ser
una infinita luz de sentimientos,
una ráfaga de empatía
oculta en el parpadeo incesante
de unos ojos pidiendo el espejo nítido
de otros ojos afines
brillantes de complicidad ilimitada.
Hablaba también de unas manos
en busca del apretón del universo,
de unos brazos ansiosos
dispuestos a la reciprocidad de un abrazo
en cualquier esquina de la vida.
En cada línea estaban impresas
palabras de paz y armonía,
de solidaridad y concordia,
de entendimiento y sueños,
y sobre todo, como un límpido sol
iluminando la hoja amarillenta y mustia,
LIBERTAD y AMOR
reinando en el alfabeto de las palabras precisas,
en las coordenadas universales
donde confluyen todos los afectos.
Ahora no sé donde lo puse
o a dónde fue a parar
y no recuerdo título ni autor.
Tal vez solo fue un sueño
en este otoño de cielos grises
y gélidas noches,
es que yo duermo mucho
y me descontrolo en los rincones de la utopía.