No es una calle de Roma
ni un rincón típico de Praga.
En el aire no se aspira
el salobre oxígeno de Marsella
ni las inquietas gaviotas
anidan en sus rocas.
Aun así, esta mágica ciudad
se levanta con su grandeza de tierra fértil
en cada amanecer de niebla
escuchando absorta
los susurros de la brisa matutina
muy cerca del oído.
En su flauta melodiosa
entona una dulce canción de luz
bajo el sol que ilumina su alma preñada de siglos.
Por la noche se recuesta con estrellas sobre el rostro
en el lecho plácido de un río silencioso
que la cruza sin despertarla
para dejar que sueñe su propio sueño
porque soñar es su único objetivo
en este valle de hervores perennes
y de abrazos que se encuentran bajo la lluvia
en una calle cualquiera
multiplicados hasta el infinito.
No es París ni Dublín.
No es Lisboa ni Atenas.
No es Palermo ni Budapest.
Es la Ciudad de Oro:
Ourense.
Sep. 2012.