Tu hablas y hablas
sin parar.
Yo callo, muy quieto
recogido en un mudo recodo
adormecido de tiempo.
Indiferente, disparas palabras mojadas
como desbocada catarata
al galope por la oscura garganta del viento.
Destrozas la lengua
con tus gritos de perro herido
en el rostro impasible de la noche.
Los labios ya están enrojecidos
por tanta sangre
hirviendo su cotidianidad
bajo la piel de las horas mustias.
Tu hablas y hablas.
Yo callo.
Yo callo.
Debes saber, amigo mío,
que soy devoto del silencio,
ese dio vivo
que para tenerlo siempre a nuestro lado,
para reverenciarlo a diario,
no se puede nombrar.